17 feb 2011

KATMANDÚ, el nirvana de los hippies.

Katmandú se sitúa en el centro del país, sobre el fértil valle homónimo, a más de 1.300 m de altura sobre el nivel del mar y justo en la confluencia de los ríos Bagmati y Vishnumati.
La población de Nepal sufre una profunda división entre los pueblos de origen mongol y los de origen indo-ario que determina las lenguas, las religiones y las culturas. Esta división no hace, ni mucho menos, que los dos grupos no puedan convivir pacíficamente. En Katmandú viven cerca de 1.400.000 personas, principalmente de origen indio y cuya religión mayoritaria es el hinduismo.
Según una leyenda nepalí, el origen de la ciudad es: Cuentan que había una vez, en las faldas de las más altas cumbres del mundo, un hermoso valle que era la envidia de los dioses. Para que nadie comparase su belleza con la divinidad lo hicieron inundar con un gran lago. Pero cuando vivió el Bodhisatva Manjunshri pegó un tajo con su espada fabulosa abriendo una brecha de desagüe, y una vez vaciado el lago inmenso fundó en el paradisíaco la ciudad de Katmandú, la que contiene todas las bellezas, promoviendo la construcción de una estupa con la mirada de Buda hacia los cuatro puntos cardinales.

El estrecho centro histórico de Katmandú, con sus plazas, sus stupas budistas y sus templos, sigue preservándose lejos de la moderna vida de agitadas calles y caros hoteles de su extrarradio. Un punto importante de Katmandú es la Plaza Durbar, con el Río Vishnumati al oeste y el Parque Ratna al este.
En realidad, Katmandú son dos ciudades: una capital de fábula, de peregrinos y templos rosáceos; y un cúmulo de contaminación de humo, suciedad, monos y mendigos. Los turistas suelen acomodarse cerca de Thamel, y los más nostálgicos, en Freak Street, donde los hippies acudían en los 70 a buscar su nirvana particular.

Un buen lugar para empezar a explorar es el Kasthamandap, el edificio más antiguo del valle. Cerca está el Maju Deval, un templo de Shiva con unas escalinatas ideales para sentarse a contemplar la ciudad. Otras visitas interesantes pueden ser Great Bell (la Gran Campana) que, cuando suena, se dice que ahuyenta a los malos espíritus; el Templo Jaganath (famoso por sus bajorrelieves eróticos); la imagen de piedra de Kala Bhairab; y el Templo Taleju, probablemente el más magnífico, pero no está abierto al público. El Hanuman Dhoka (Antiguo Palacio Real) es un monumento espectacular con majestuosas estatuas que reflejan la antigua gloria del país. En el centro, Makhan Tole es un buen sitio para comprar productos artesanales.

Conocida como la Plaza Durbar de Katmandú, se localiza en pleno centro de la ciudad. Los locales también la conocen Plaza del Palacio de Hanuman Dhoka. Consiste en una serie de templos dedicados a diferentes dioses/as hindúes. Casi todos los edificios datan de entre los siglos XV y XVIII.
Recorrer las calles de Katmandú es dar un paseo por las contradicciones de este mundo. Se trata de una de las ciudades más contaminadas de Asia. El Banco Mundial definió la calidad del aire en Katmandú como 'un atentado contra la salud'.
La energía vital desatada en la ciudad, coches, motos, peatones en el complicado trazado de la plaza central de Durbar hace temblar la disposición de las fachadas de tallas de madera con la que algunos edificios se adornan.

Algunos rincones aún ofrecen la quietud y el sosiego que fascinaron a los viajeros de los sesenta. Sin duda, a pocos kilómetros, podríamos hacernos una idea exacta de cómo era la ciudad hace cincuenta años, visitando Patán o Bakhtapur. Este último es el lugar que escogió el cineasta Bertolucci para rodar El pequeño Buda, tras convertirse al budismo.
Katmandú es un prisma de contrastes. Tradición y modernidad hacen un pulso desde décadas. Las fiestas locales se intercalan en el calendario ahora con las protestas sociales. La casa de la niña diosa viviente (Kumari) es atracción turística ahora que ha viajado por primera vez al extranjero vulnerando la tradición que la mantiene confinada. Los monjes usan móviles ante la mirada atenta de Buda de la Estupa de Bodhnath, y los santones hinduistas (Sadhus) en Pasupatinath usan modernas gafas de sol, junto al Ganges nepalí, el río Baghmati.
Las Kumaris son diosas-niñas vivientes. Las 'kumaris', seleccionadas entre niñas que no han alcanzado la pubertad por poseer 36 virtudes que las hacen "perfectas" , son reverenciadas por los hindúes y budistas de Nepal por su supuesto carácter protector frente a los demonios.
Pero su condición divina lleva aparejados una alimentación a base de comida ritual "pura", su reclusión en un templo y la prohibición de tener contacto con los demás, por lo que no pueden ir al colegio ni disfrutar una infancia normal. Desde temprana edad, las 'kumaris' son visitadas por decenas de miles de nepalíes y turistas, quienes acuden a sus templos a recibir su bendición, hasta que cesan en su puesto con la primera menstruación y son sustituidas. Una vez al año, al final del monzón, salen en procesión adornadas como colibríes para repartir sus bendiciones.

 
 Adoradas durante siglos como deidades pero recluidas y solitarias en sus templos, las "kumaris" o "niñas diosas" de Nepal han recibido ahora el socorro del Tribunal Supremo, que ha garantizado su derecho a ser como los demás niños.
Adoradas durante siglos como deidades pero recluidas y solitarias en sus templos, las "kumaris" o "niñas diosas" de Nepal han recibido ahora el socorro del Tribunal Supremo, que ha garantizado su derecho a ser como los demás niños.
+ INFO: http://www.averlo.com/Turismo/Asia/33.htm

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